Un rapto
Las toscas telas del
hábito pronto cubrirían su cuerpo; su belleza resplandeciente —que
había inmortalizado un pintor de renombre y celebrado un poeta palatino—
quedaría oculta, para siempre, tras los espesos muros del convento.
Altivos
mozos, los más gallardos y pulidos, la flor y nata de la aristocracia
novohispana, se habían inclinado humildemente a su paso…
El
mismísimo señor Virrey, en un sarao, escapando de la cercanía de su esposa,
había aprovechado para deslizar en sus oídos un rebuscado y atrevido piropo… y,
sin embargo, su padre la había destinado a la clausura…
Demasiado joven aún
para pensar —si no con profundidad al menos con detenimiento— acerca del
significado de su renuncia involuntaria al mundo, Amadita viajaba sin pesar
—cómodamente instalada— en el blasonado carruaje que la conducía a la Ciudad de
México.
El
marqués, su padre, sentado a lado suyo, iba perdido en sus cavilaciones; en sus
manos sostenía un soberbio bastón, de empuñadura de oro, que escondía en su
interior un estoque.
Su
madre, de complexión robusta y más joven que su
marido, viajaba sentada plácidamente frente a ella. De cuando en cuando, la
miraba y sonreía, satisfecha y bondadosamente, mientras se refrescaba
gratamente con el abanico.
La
negra y las criadas habían llorado copiosamente al despedir a Amadita. Al alba,
el carruaje había abandonado la hacienda; anduvo por el valle durante la alegre mañana y no detuvo su marcha hasta el mediodía: era preciso cambiar las
fatigadas mulas. Hecho lo anterior, prosiguió su andadura. Terminó por caer la
tarde —y ya cercana la puesta del sol— se
encaminaba penosamente hacia lo alto; el sendero discurría entre verdes y
sombríos pinares para descender, más adelante, hasta un sencillo pero simpático
poblado.
Allí,
en una habitación acondicionada para tal efecto, en la casa de un párroco
amigo, los viajeros descansarían por la noche y repondrían fuerzas para así
continuar su trayecto hasta la capital del reino.
Súbitamente,
entre las ramas de los pinos, se asomaron rostros que no presagiaban nada
bueno: rostros morenos, curtidos por el sol y las cicatrices, enmarcados por
espesas patillas o con espesas barbas o bien, ocultos por un pañuelo… Al cabo
de unos segundos: voces conminatorias, seguidas de disparos: el carruaje detuvo
en seco su marcha; los asaltantes se apresuraron a asegurarlo colocando
impedimentos entre las ruedas.
Ante el
inesperado cese de la marcha, el marqués dio en asomarse para inquirir al
cochero; Amadita, despertando de su modorra, sobresaltada, miraba a ambos lados
de las ventanillas...
Voces
rudas e imperiosas, los obligaron a descender con presteza. De frente a los
pistoletes y arcabuces que les apuntaban, el marqués renunció a desenvainar su
estoque. Guardaba en el interior del carruaje, en un compartimento secreto,
armas de fuego, pero todo había sido demasiado rápido para pensar siquiera en
sacarlas.
Sus
bienes se hallaban ya en poder de los bandidos. La marquesa había sido
despojada de sus valiosas alhajas. El marqués lamentaba la pérdida de su
costoso reloj, de su abultada bolsa y de su bastón de puño de oro que
albergaba una hoja del más fino acero de Toledo. Sólo Amadita, temblorosa, no
tenía nada que echar en falta; en sus manos apretaba un grosero amuleto (qué
había permanecido oculto a los vigilantes ojos de sus padres) regalo de la
vieja y afectuosa esclava que la había visto partir, por la mañana, con los
ojos anegados en lágrimas.
Por el
sinuoso sendero, apareció repentinamente un jinete y se dirigió al grupo; los
asaltantes se alinearon respetuosos a su paso a ambos lados de su montura: un
brioso córcel negro. A pesar de su rostro embozado, su porte y sus maneras,
unidos a su atildada vestimenta, declaraban ser propios de un hombre de calidad.
Reclamó para sí el bastón del marqués, lo abrió dejando entrever brevemente la
hoja que albergaba en su interior, y tras echarle una fría mirada valorativa lo
volvió a su forma original y lo conservó para sí; luego, haciendo una seña a
uno de los bandidos profirió:
—Pronto,
lo otro.
El bandido, a quien
se había dirigido la orden, se volvió entonces y levantó en vilo —tomándola por
la cintura— a Amadita y la colocó en brazos del jinete que, picando espuelas,
partió en el acto, mas no sin que milésimas de segundo antes, inesperadamente,
se le descubriera completamente el rostro luego de aflojársele y caerle sobre
el pecho el pañuelo encarnado con el que intentaba ocultar sus rasgos.
¡Vaya
sorpresa!, al punto, los marqueses reconocieron a un antiguo cortejador de su
hija… El marqués, reponiéndose en la medida de lo posible de su asombro, liberó
entonces a una de las mulas que tiraban del carruaje para montar en ella,
corrió a tomar un arma y secundado por los hombres que lo acompañaban se lanzó
en pos del ladrón.
Cuesta
arriba, iba el corcel del raptor: sus cascos hacían saltar chispas de las
piedras; con todo, la distancia parecía acortarse entre él y quienes lo
seguían; los hombres de la banda se habían dispersado; los perseguidores del
secuestrador contaban con darle alcance...
Próximos
a la cima, el marqués que azuzaba furiosamente a su montura, alcanzó a ver con
espanto que su hija, sentada en el regazo del bandido, se sujetaba a su cuello
y espalda para no caer: demasiado asustada, no gritaba ni pedía auxilio.
Entonces
ocurrió la desgracia: la mula que montaba el marqués tropezó y fue a caer
violentamente proyectando varios metros más adelante a su jinete lesionándolo
severamente; al mismo tiempo, al oponerse en su caída a la trayectoria de los
hombres que la antecedían, ocasionó la de las otras dos mulas.
El
marqués, sangrando por la cara y por la boca llena de polvo, con varias
costillas rotas y la clavícula dañada, quedó definitivamente fuera de combate,
a duras penas sus hombres consiguieron levantarse cuando ya era demasiado
tarde.
El
raptor, quien en ningún momento hizo el intento por volverse, alcanzó al fin a
llegar a la cima de donde descendió rápidamente al camino llano; al cabo de
unos segundos, el ruido de los cascos de su caballo se apagaba por completo en
la oscuridad de la noche.
__________
Imágenes tomadas de la red editadas por el autor.
__________
Imágenes tomadas de la red editadas por el autor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario