Mis escritos, mis dibujos, mis fotografías; autores y textos que me gustan; algo de música y videos... aquí en mi página. (Si deseas acceder a la mayor biblioteca virtual existente en español, pincha en el enlace que aparece más abajo.)

viernes, 28 de diciembre de 2012

La pluma: Cuentos breves


Memorias
de un dibujante


DEBÍA tener cinco años de edad, me encontraba en el jardín de niños; la maestra nos había dado la orden de sacar nuestro libro de ejercicios y de seguir las indicaciones de una de las páginas.

En la página había un espacio delimitado por un recuadro, y en la parte superior del recuadro podía leerse la instrucción siguiente: «Dibuja un pez colorado...».

Con el propósito de desafiar a la maestra, dibujé con esmero un diablo, provisto de cuernos, barbas de chivo y cola, armado con un tridente.

Recuerdo como a pesar de mis escasos años, hube de vacilar a la hora de encarar un problema de perspectiva: quería representar correctamente los dedos del puño de mi diablo asidos al tridente, vistos de manera frontal; lo hice de forma un tanto desmañada, pero contemplé al termino mi dibujo con satisfacción vanidosa. No solo estaba seguro de que mi obra era superior a todos los intentos de mis condiscípulos, sino que contaba con desconcertar a la maestra, dejándole ver a las claras que las reglas podían saltárselas los artistas a la torera.

Con infantil vanagloria mostré mi dibujo a mis compañeros que festejaron la ocurrencia, «La maestra va a enojarse», me dijeron; yo contaba con eso.

Al fin, nos formamos en fila india y comenzamos a pasar frente al escritorio de la maestra para entregarle los trabajos. Exultante, saboreaba la reacción de la misma por anticipado.

Uno a uno, mis compañeros fueron calificados con el número más alto, el diez; yo ansiaba conseguir, por lo menos, un cinco; que mi dibujo era el mejor no albergaba ninguna duda, mas me era preciso distinguirme del resto.

Llegué al cabo al escritorio y entregué con calculada modestia mi trabajo: la maestra lo recibió con naturalidad y con naturalidad me lo devolvió luego de haberme puesto la calificación correspondiente.

Profundamente decepcionado regresé a mi asiento: me había puesto un diez, lo mismo que a mis compañeros.



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Imagenes tomadas de la red, editadas por el autor de este blog.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

La pluma: Desmitificando la Historia


Honor a quien honor merece


Acomo el gran Cortés y la inteligente Doña Marina son los padres de nuestra nacionalidad mestiza y al mismo tiempo, por desgracia, dos de las figuras más vilipendiadas de nuestra historia; del mismo modo, el verdadero padre de la patria mexicana es el malogrado emperador Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburú, quien, en un día como hoy: 27 de septiembre, pero de 1821, proclamó la independencia con respecto de España: no una potencia enemiga, sino nuestra madre, con la que importaba mantener estrechos nuestros lazos de agradecimiento y afecto.

Fue este criollo, nacido también un 27 de septiembre, mas de 1783, en Valladolid, hoy Morelia, quien a más de ser el verdadero responsable de la independencia de nuestra patria, nos dio los símbolos que la distinguen: el escudo y la bandera nacional; también, nuestro primer himno: la Marcha Solemne Mexicana, a la que quizá no sea desacertado llamar: Marcha Imperial Mexicana; pues hay que tener presente que nacimos siendo un imperio; hoy, cuando niños, se nos inculca en las escuelas el orgullo de ser parte de una república mutilada. Pero conviene anotar que nuestro territorio abarcaba desde Oregon hasta Panamá: ... algo que, convenientemente, se calla: todos los mexicanos sabemos que perdimos gran parte de nuestras tierras norteñas luego de la injusta agresión de los Estados Unidos en la primera mitad del s. XIX, pero casi ninguno sabe que perdimos también Centroamérica sin que nadie hiciera nada para evitarlo.

Además de inculcarnos, en las escuelas, el absurdo orgullo de ser parte de una repúbliquita, se nos inculca el orgullo de poseer un sistema de gobierno ajeno a nuestras raíces, que ni los indios eran republicanos ni los españoles tampoco. Piénsese en los tlatoanis aztecas o en los reyezuelos indígenas; piénsese, asimismo, en el emperador Carlos V, o en los sucesivos monarcas españoles...

En otro tema: El asesinato infame del verdadero padre de la patria (que no el sinvergüenza del cura Hidalgo, criminal elevado a los altares de la historia oficial), no ocurrió por desgracia sólo una vez en Padilla, Tamaulipas, lugar donde fuera fusilado, sin juicio, tras desembarcar procedente de Europa; ocurre, simbólicamente, cada que se calla el hecho de ser él el auténtico responsable de nuestra corta independencia, conseguida de manera incruenta y reconciliando a todos los sectores de la sociedad novohispana: el llamado Ejército Trigarante que entró triunfal en la ciudad de México, luego de la firma del plan de Iguala, que establecía las condiciones de nuestra separación con respecto a la metrópoli, estaba compuesto en parte por el antiguo ejército realista, antaño fiel a la corona de Castilla y por las tropas insurgentes. Ambos ejércitos, tanto el español como el otro, estaban compuestos, a su vez, por europeos, criollos, mestizos, indios y negros. José Joaquín Fernández de Lizardi, el autor del Periquillo sarniento, dijo en éste libro, palabras más, palabras menos, lo siguiente: «que nadie se llame a engaño, la nombrada "guerra de independencia" nunca fue una guerra entre españoles y americanos fue una guerra civil entre hermanos».

Otra infamia, ésta por cuenta de nuestros gobernantes, que cuando efectúan la ceremonia del «Grito», rinden honores, a quienes como el cura no pelearon en nombre de una patria que ni siquiera existía (Hidalgo se levantó en contra de la presencia napoleónica en la península ibérica e invocando al príncipe Fernando VII); o bien, a quienes como Morelos, eran partidarios del desmembramiento de nuestros territorios (el caudillo planeaba vender Texas a los angloamericanos), es tergiversar el significado de los colores patrios en alianza con la Secretaria de Educación, so pretexto de laicismo y siguiendo consignas masónicas: los mismos colores que eligiera Iturbide, con significados claramente explícitos: verde: independencia, blanco: religión (la católica), rojo: unión de todas las razas y grupos sociales, es decir, las Tres Garantías… Y, también, las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad; siendo, el blanco, el símbolo de la pureza de la fe; el verde, el símbolo de la esperanza puesta en la nueva patria y el rojo: el símbolo del amor, de la unión entre todos los nacidos en la otrora Nueva España, sin importar su origen. (Aquellos que se atrevan a dudarlo, pueden mirar las alas tricolores del angelito que se halla a los pies de la Virgen Morena, cuya origen se remonta a la época colonial y es, como resulta evidente, muy anterior a la existencia de nuestra enseña).

Fue el emperador Iturbide, asimismo, quien eligió como emblema patrio, él que carecía de sangre indígena, el águila azteca que hoy constituye el elemento más significativo de nuestro escudo. Fue él, también, quien asumió no ser sino un continuador de la tradición monárquica indígena, como hicieran antaño los españoles, que gobernando estas tierras, siempre asumieron ser continuadores de Moctezuma, cuyos descendientes, reconocidos como nobles por Carlos V, volvieron a reinar en América con posterioridad a la conquista: en México y en el Perú: hoy, todavía se alza en España, el palacio de los condes de Austria-Moctezuma, lo mismo que se alza en otro rincón de la península el palacio de la hija de los antiguos reyes del Perú… Que la colonización española nunca fue como la inglesa o la francesa… (Y hay que saber que la inglesa fue la peor de todas...)

Francisco Gonzáles Bocanegra, poblano, autor del Himno Nacional, dejó bien claro en un par de estrofas de su himno a quién deberíamos honrar como abanderado y guía, jamás mencionó al párroco de Dolores; estrofas que, por obvias razones y para no disgustar a Washington, fueron suprimidas más adelante: la Casa Blanca estuvo detrás de la caída del Dragón de Fierro —apodo dado a Iturbide—, a través de su agente Joel R. Poinsett —cercano amigo de Santa Anna y de Vicente Guerrero—; así como estuvo detrás de la imposición del sistema republicano y de nuestro posterior desmembramiento.

 ... Aquí, las estrofas eliminadas:



 Si a la lid contra hueste enemiga,
 Os convoca la trompa guerrera,
 De Iturbide la sacra bandera,
 Mexicanos, valientes, seguid.
Y a los fieros bridones les sirvan
Las vencidas enseñas de alfombra,
Los laureles del triunfo den sombra
A la frente del bravo adalid.


Del parricidio de Iturbide y de la posterior imposición del régimen republicano (obra del nefasto Santa Anna por indicaciones de Poinsett), data que, para deshonra nuestra, nuestro nombre oficial, a imitación del país de allende el Bravo, sea: Estados Unidos Mexicanos en contraposición a México, nombre otorgado por el libertador (no se olvide que éramos la Nueva España y los jefes insurgentes jamás se refirieron a nuestro actual país con ese nombre: Hidalgo y Morelos, por ejemplo, aludían a la América Septentrional...).

En suma, que para concluir: Ni somos independientes ni recordamos a quién si nos dio, aunque efímeramente, la independencia, nombre a nuestro país, la bandera y el escudo...: ¡Viva Agustín de Iturbide, verdadero padre de la patria mexicana! Que, evidentemente, no supo merecerlo ni tampoco supo merecer ser libre.




Nota: Publiqué originalmente este artículo en Facebook, y circuló, en su momento, en un par de foros de Historia en línea... Hace poco me la pidieron para publicarla en esta página: http://www.mitofago.com.mx/2013/04/27/honor-a-quien-honor-merece/, y, recién me entero que ya circula en otro blog: http://cuadernodebitacorabcs.blogspot.mx/2013/04/honor-quien-honor-merece-por-gaston.html?spref=fb.

Las estrofas eliminadas:


domingo, 14 de octubre de 2012

La pluma: Desmitificando la Historia


México y la hispanidad
EL termino Hispanidad designa al conjunto de pueblos de lengua y cultura hispánicas. México (antigua Nueva España) es el centro de la Hispanidad. Hoy por hoy, es la única nación con capacidad de encumbrarse y de dirigir al resto de las naciones hispánicas. La Madre Patria, atrapada en el cebo de la Unión Europea, es una nación decadente en la que la democracia y los militantes de la izquierda han hecho estragos convirtiéndola en la cloaca de Europa, tanto como no es menos cierto que México es, por ahora, el patio trasero de Estados Unidos.

Como americano, ser hispanista no es desdeñar la riqueza cultural de las etnias precolombinas, es reconocer el hecho cierto de que nuestra cultura es predominantemente de cuño ibérico. En esta tierra hay países de población mayoritariamente indígena como Perú y Bolivia, países de población predominantemente mestiza como México, países con importantes nucleos de población africana como Cuba y la República Dominicana, y, países de población predominantemente europea como Uruguay y Argentina, todos unidos por el mismo idioma, la misma fe y una herencia común: la que dejaron conquistadores, evangelizadores y colonizadores.

Como mexicanos, reconocer nuestro legado europeo es el primer paso para comprender nuestras conflictivas relaciones con nuestros vecinos del norte. Es preciso saber que la enemistad de siglos entre Inglaterra y España fue trasladada a nuestro continente en las personas de los puritanos y colonos ingleses y en la de los conquistadores españoles, de los cuales somos, en parte, descendientes. España perdió su hegemonía ante Inglaterra, nosotros no alcanzamos la nuestra debido al actuar hábil de los hijos de la Pérfida Albión *.

Repudiar la conquista (siendo que sin ella no existiríamos) es una actitud neurótica. Los enemigos de lo hispánico, por otra parte, exhiben una notable falta de lógica. Si «los españoles», dicen, «nos conquistaron», por tanto, somos indios… Más luego prosiguen: «los españoles exterminaron a los indios», de donde se deduce, si los exterminaron, que los mexicanos no son indios; deben ser por fuerza españoles, cosas ambas que no casan con la realidad. Los españoles no nos conquistaron a nosotros, conquistaron a la casi totalidad de los pueblos indígenas de América, aliados con otros indígenas, unos y otros son nuestros ancestros. El criollo y el indio puro, a su vez, son culturalmente mestizos.

¿A quiénes conviene esa neurosis, ese odio al español arrogante y conquistador y ese desprecio al indio bárbaro e incivilizado? Obviamente a los anglo-americanos. Los españoles no eran hermanitas de la caridad, eso hay que tenerlo bien claro, mas los indios tampoco eran blancas palomas, así y todo es de admirarse la soberbia de unos y el estoicismo de otros (cualidades que bien deberíamos procurar adquirir).

Aceptar, serenamente, las luces y sombras (sombras terribles) del mundo indígena, tan falsamente idealizado por algunos y la grandeza de la nación que nos conformó: España (no por nada se la llama La Madre Patria), sin negar sus errores pero rechazando enérgicamente la Leyenda Negra, compuesta de verdades a medias o fuera de contexto, tal es la tarea que nos toca, conscientes de que hablamos y pensamos en español y de que pese al peculiar sincretismo que nos distingue pertenecemos al Occidente Latino, opuesto necesariamente al Occidente Sajón.


Bandera de la Hispanidad
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*Nombre dado a Inglaterra.

viernes, 7 de septiembre de 2012

La lente...


 Un paseo por el Centro
He estado mucho tiempo ausente de este sitio; hoy, publico estas imágenes que realicé aproximadamente hace un mes; son, como reza parcialmente el título, fotografías tomadas en el centro de la Ciudad de México. Encabeza la serie la escultura ecuestre de Carlos IV (aquel rey imbécil, que entregara su corona a Napoleón... Se dice que un caballo lo dejó estéril de una patada): un monumento soberbio para un rey innoble. Empecemos con el breve recorrido, acompañados por un poco de música barroca novohispana, del compositor Manuel de Sumaya:





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Escultura frente al Palacio de Bellas Artes


Escalinatas del Palacio de Correos 


Techo del Palacio de Correos


Nuevamente "El Caballito"

Otra vista del "Caballito"

Balcones

Catedral Metropolitana

Altar de muertos en los Arcos de Sto. Domingo
Altar de muertos (2)

Y llegando al final de este pequeño paseo, esperando que haya sido de su agrado, me despido con otra pieza del genial Sumaya:




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Todas las imagenes, exceptuando las que ilustran los videos, son de mi propiedad intelectual y no pueden ser usadas sin mi consentimiento. Esta publicación, aunque fechada en septiembre, la he publicado hoy, mes de diciembre.

martes, 28 de agosto de 2012

Poemas breves


Primeros versos


Para ti, amor, 
que has aparecido en mi vida
 cuando menos lo esperaba.


 I

Así como he acariciado,
Con mis manos, tu cuerpo;
Así espero, con mis palabras,
Poder acariciar tu alma;
Del mismo modo que tu recuerdo,
Cuando estás ausente, 
Me acaricia todo el tiempo.

Caricia es tu mirada,
El perfume de tu pelo,
El contacto de tus labios,
Tu aroma...

Caricia es evocar
Tu desnuda figura
En la semioscuridad de la estancia,
La delicadeza y suavidad de tu garganta,
La fragilidad de tus hombros de niña,
Tus erguidos y oscuros pezones,
Tu ombligo...,
Tu espalda a la que le faltan las alas.

Caricia es penetrar
En tu húmedo sexo,
Palpitante y tibio;
Caricias tus movimientos,
Tus suspiros, tus jadeos.

Caricia es, tras el extenuante goce,
Reposar rendido en tu cuerpo 
(Tu cuerpo,
Cuya entrega me hace presentir y anhelar tu alma).

Y, al final,
Caricia es la sonrisa
Que queda retratada en tu semblante.


Otoño del 2012


Luego de mucho tiempo de ausencia, motivada por mil razones, he vuelto a ocuparme de mi blog. Aunque la fecha corresponda al mes de agosto, escribí esto dos meses más tarde. Saludos. Dejo un video:

  


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Imagen: Diseño persa.


sábado, 21 de julio de 2012

La pluma: Poemas breves



Sin título


¿Cómo es mi vida sin ti?
Brevemente lo digo:
Rememoro tu imagen
Que se aleja y se borra
Con el rápido paso de los días,
Me duele olvidarte 
Y me duele caer en el olvido,
A nadie he vuelto a querer
 Como a ti te he querido.




jueves, 14 de junio de 2012

Frases...


Del alma y el espíritu


EL alma es el soplo de vida o el ser más íntimo de una cosa. El espíritu es un alma racional. De lo anterior resulta, que:


Todo lo existente tiene alma, pero sólo los seres racionales poseen espíritu.


La suprema bondad o el supremo talento son indicativos de la nobleza de alma y definen al individuo superior.

Los igualitarios, es decir, quienes no poseen la una o la otra cualidad, rechazan hacer distingos entre las almas naturalmente altivas y las de inferior condición; ello nos enseña, a las claras, a que categoría pertenecen.

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Imagen: Amor y Psique, de William Bouguereau.


lunes, 7 de mayo de 2012

... filosofías


De la idea del honor

EL honor, ¿para qué sirve?, recuerdo que me preguntaron ello alguna vez (una persona a la que, por lo demás, estimaba bastante). Le respondí. Hubiera sido otra y le denegaba la respuesta. Más de una vez, cuando era estudiante de bachillerato, tuve discusiones a ese respecto: no me recato al decir que la juventud siempre es imbécil; hablo, claro, de quienes me rodeaban... Aquella última vez que me ocupé, con una persona, del tema, mi natural apasionado por un momento me movió a contestarle que, ciertamente, mi respuesta estaba muy por encima de la comprensión de la gente ordinaria. Afortunadamente, no lo hice y le contesté con cortesía. Y es que, para comprender el concepto, se requiere, obligatoriamente, de cierta nobleza. Hay que poseer un espíritu aristocrático. Lo cual, desde luego, no es patrimonio de todos. No hace poco, un mentecato se jactaba ante mí de carecer de finura (como si tal cosa fuera una buena prenda); poseer un espíritu plebeyo —capaz, por tal motivo, de las mayores bajezas— no es ninguna carta de recomendación. El donaire, hay que saberlo, no es sólo algo capaz de llevarse exteriormente, es algo que debe de formar parte de lo más íntimo de nuestro ser. Únicamente quien es dueño de ese garbo y posee ese señorío interno puede entender sin dificultad ese concepto arcaico del honor; que no es sino el alto aprecio que siente un hombre por sí mismo que lo lleva a ejecutar, siempre, las acciones correctas.




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Imagen tomada de la red, virada a cian.


sábado, 28 de abril de 2012

La pluma...


Frases y filosofías


La gente, hoy en día, acude a consultar a los psicólogos como acudían antaño a confesarse ante el cura... Ello supone una falta de pudor tremenda... y algo más aún...  Se debe, entre otras, a las siguientes razones:


La primera: La gente es incapaz de pensar por cuenta propia; por ende, es incapaz de llegar sola al fondo de sus propios conflictos.

La segunda: La gente es temerosa; necesita sentirse acompañada y vacila, siempre, a la hora de encarar con arrogancia los problemas que la vida suscita.

La tercera: Inmersa como está la gente en sociedades repletas de falsos valores, cree que la humildad es uno de ellos. Piensa que reconocerse débil e impotente es muestra de inteligencia o de grandeza de alma; cuando reconocerse débil e impotente sólo prueba eso, es decir, que se es débil e impotente.

Acudir con  un psicólogo o con un  gurú es prueba de inmadurez e infantilismo; es muestra cabal de que uno, en realidad, es incapaz de responsabilizarse de sus actos y de las consecuencias derivadas de ellos. Implica, también —y esto no es menos importante—, la carencia de un buen amigo en quien confiarse.


Ahora, lo que de veras importa es lo siguiente:


Hay que ser arrogante en todo momento; hay que cultivar la altivez;
hay que saber a qué temerle...
y, para saber a qué temerle,
hay que ejercitar la inteligencia, hay que contraer el hábito de pensar;
por último,
hay que ser violentamente afirmativo y no tener inconveniente, alguno, si es preciso, en imponerse a los demás. También, hay que procurárse un buen y leal amigo...


miércoles, 21 de marzo de 2012

Lecturas y autores... (continuación)


Los libros que han marcado mi vida
2a. parte


EN mi publicación anterior*, mencionaba algunos de los libros que habían marcado mi infancia y parte de mi adolescencia, pero cometí un par de omisiones importantes que voy a tratar de subsanar ahora...

La primera: no hice mención de un libro que es de capital relevancia para mí: el libro de Las mil y una noches: que es una de las joyas de la literatura árabe y de la literatura universal.

La segunda: omití el Rubaiyat: una de las cumbres de la literatura persa y una de las cumbres de la poesía de todos los tiempos.

De paso diré, que uno de mis grandes pesares en la vida es no haber sido un déspota oriental o, en su defecto, un sibarita a lo Omar Jayám. Lo más cerca que he estado de sentirme como un sultán asiático ha sido fumando narguilé.

... Mas dejemos ya, lo que de momento no interesa y ocupémonos de Las mil y una noches...

Cuando chico, tuve en mis manos, en numerosas ocasiones, una estupenda compilación —gruesa como una biblia— de relatos contenidos en esta obra (editada por la editorial Bruguera); bastante reducida si se considera que la edición de Galland (el viajero francés que la diera a conocer en Europa) consta de doce volúmenes.

Aladino y la lámpara maravillosa, Simbad el marino (relato que por sí solo constituiría un tomo), Alí Babá y los cuarenta ladrones fueron personajes muy queridos en mi infancia. Tales narraciones, al igual que muchas otras provenientes del libro, han sido adaptadas para niños con mayor o menor fortuna. Pero hay que tener presente que fue escrito como regalo de cumpleaños de un monarca: el califa Harún al-Raschid y no es propiamente hablando un libro infantil: las traiciones amorosas y los sucesos violentos abundan en el mismo. De hecho, en ciertas antologías de relatos eróticos no es infrecuente hallar cuentos provenientes de Las mil y una noches.


Scherezada cuenta un relato al sultán Shariar

El elemento de fondo y que sirve de marco a toda la serie de relatos es la historia de Sherezada, quien ha contraído matrimonio con el sultán Shariar. Tras haber cohabitado con él durante la noche, sabe que pende sobre su cabeza la amenaza de ser ejecutada al despuntar el alba; ya que el sultán, habiendo descubierto que su primera esposa le era infiel, ha decidido después de eso tomar una mujer cada noche para mandarla matar al día siguiente. Sherezada ha decidido acabar con tan bárbara costumbre: poco antes de rayar la mañana, va a conseguir encandilar al rey con un cuento que, al clarear, interrumpirá hábilmente; el rey, ansioso por conocer el final del relato, le va a conceder un día más de vida; luego, marchará a atender sus asuntos... La misma historia se repetirá durante mil y una noches; al término de las cuales, la joven ya le ha dado incluso, tres hijos al sultán y éste se ha enamorado de ella, conmutándole la pena y ordenándole, entonces, a los escribas del reino transcribir íntegramente con letras de oro, en un libro, los relatos de su esposa.

Esta obra, al parecer más apreciada en Occidente que en el mundo arábigo, es junto con la Biblia, El Quijote y Alicia en el país de las maravillas una de las más traducidas y difundidas a nivel mundial y junto con El Quijote y Alicia una de mis predilectas.


Una odalisca


... Vino de diez y una doncella de catorce: / mi agonía y mi deseo... Éstas son líneas de OMAR JAYÁM, un espíritu ateo y profundamente hedonista, que escribiera el Rubaiyat, una colección de cuatro mil versos agrupados en cuartetas (rubai —en farsi— significa cuarteta)... Matemático, astrónomo y libertino presenció la expansión del Islam en Persia... Doctrina de la que se burló veladamente al tiempo que rechazaba cualquier credo de tipo inmaterialista.

Para Jayám, como para el príncipe Siddhartha, la realidad de este mundo era el dolor, mas a diferencia del Iluminado, que prefirió perderse en la ascesis y optó por el renunciamiento y supresión de todos los deseos, para el iranio la única justificación a la amargura y brevedad de la existencia era el placer.

... Siendo de esta manera, le cantó a la embriaguez y al vino, a la mujer y a los goces de la carne. Un profundo pesimismo empapa su obra... Por lo demás, comparte, con las de otros poetas de su país, los mismos temas: la omnipresencia del sufrimiento, la imposibilidad de escapar a la muerte, el culto al zumo fermentado de la uva y el amor a los deleites sensuales.

 La estrofa que muestro a continuación, sin embargo, parece contradecirlo... 


Cuando vaciles bajo el peso del dolor, y estén ya secas las fuentes de tu [llanto,
piensa en el césped que brilla tras la lluvia;
cuando el resplandor del día te exaspere, y llegues a desear que una [noche sin aurora se abata sobre el mundo,
piensa en el despertar de un niño.


Aunque, más adelante, declara:


Caeremos en la ruta del amor, y nos pisoteará el destino.
¡Oh, mi pequeñuela!
¡Oh, mi preciosa copa!
 Levántate, y dame tus labios, antes de que me convierta en polvo.

 
Posteriormente, al ignorante confesará la siguiente verdad:


Los sabios no podrán enseñarte nunca nada,
mas la caricia de unas negras pestañas de mujer te revelará la [felicidad.
No olvides que tus días sobre la tierra están contados, y que bien pronto [volverás al polvo.
Trae vino, busca un lugar al abrigo de importunos, y deja que la vid te [consuele.


Omar Jayám

... Goethe (en quien repararé después) manifestará a un amigo: «hay que leer a los persas.» Y es justo lo que yo aconsejo. (... Por cierto, casi al final de estos apuntes, habré de atender a otros dos artistas iranios: Saadi y Hafiz).
                                                                        

Sueño de Don Quijote,
por Octavio Ocampo
Ahora, siguiendo el orden rigurosamente cronológico que yo pretendía en un principio, cuando empecé estas notas, debería de platicar de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que, curiosamente, pretende ser una traducción realizada por un morisco de un manuscrito en árabe, obra del cronista Cide Hamete Benengeli en palabras del propio Cervantes. Mas se ha expresado tanto con acierto acerca de este libro (y más frecuentemente sin él) que prefiero obviar mi comentario. Por otra parte, me repugnaría pasar por un erudito (o quizá, por algo peor, si es que existe algo peor); de modo, que dejaré en paz al Caballero de la Triste Figura y a su fiel compañero Sancho Panza, y por supuesto, a Dulcinea... Agregaré, tan solo, que en Cervantes se cumple, plenamente, el adagio que reza: un clásico es aquel autor  que todo el mundo conoce pero que nadie ha leído. 

... Bien...; otro libro que no puedo dejar de mencionar sin detenerme, tampoco, en observaciones al respecto, es Alicia en el país de las maravillas; y es que sobre el particular y acerca de CARROLL, su autor, se han vertido actualmente ríos de tinta y, especialmente, sobre la fijación del bardo inglés por las niñas impúberes (si bien es cierto, que Alice Lidell, su joven musa, en nada parecida a la rubia muchachita que plasmara Walt Disney, en la película homónima del libro, siempre guardó un discreto silencio acerca de sus relaciones con el reverendo Dodgson [su verdadero apellido], diacono de la iglesia anglicana, catedrático, polígrafo, y uno de los mejores retratistas de la era Victoriana, quien la inmortalizara con su lente y con su pluma a ella que fuera la hija del decano de la Universidad de Oxford, en donde él enseñaba matemáticas).

Como dato anecdótico consignaré, únicamente, que hace algún tiempo, un sujeto ansioso de llamar la atención, aseguró (sin fundamentos sólidos) en un programa televisivo, tener pruebas de que Lewis Carroll y Jack el Destripador eran la misma persona.

... Brassai por su lado, destacado fotógrafo, luego de estudiar los diarios y cartas del maestro se referiría a él como una especie de Barba Azul; aunque sin acusarlo de asesino...

El interesado podrá encontrar en otras fuentes, datos relativos a este refinado esteta y a su trabajo.


Alice Lidell y Lewis Carroll (montaje)

Beggar child, «La niña mendiga»
(Alice Lidell retratada por Lewis Carroll)


... Detengámonos mejor, en El principito, el título que inmortalizara al aviador y literato ANTOINE DE SAINT EXUPERY (Saint Ex para sus amigos)...  

Si hubiera que sintetizar, en una frase, la filosofía de esta obrita podría ser con ésta: «Solo se ve con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos»..., es la frase que todas las personas guardan para sí después de haberla leído.

Fue el trasfondo de dicha frase, probablemente, la más amarga de todas las lecciones que aprendiera el escritor; luego de haber abandonado a su esposa, la salvadoreña Consuelo Suncín, debido a fuertes presiones familiares —Exupery pertenecía a la más añosa nobleza
francesa—, vagaría sin rumbo sin poder olvidarla...

El libro, que escribió a manera de mea máxima culpa, bajo la aparente máscara de un relato pueril, da fe de su arrepentimiento: el joven príncipe (protagonista de la historia), tras abandonar su diminuto planeta —luego de sus desavenencias con su rosa (la única que florece en su pequeño mundo)— descubrirá que en la tierra, un sitio considerablemente más grande, hay cientos de rosas, mas ninguna como la que eligió abandonar... Es una de las grandes obras del s. xx.

Pasemos a otra...


El principito (ilustración hecha por Saint Exupery)


Continuando con el orden cronológico al que aludía al citar El Quijote, no puedo omitir hablar de Lolita, de VLADIMIR NABOKOV, devorada al término de mi adolescencia... Esta novela que narra la obsesión de Humbert Humbert, seudónimo de un profesor cuarentón, erotómano y literato frustrado, por la doceañera Lolita y el viaje que juntos emprenden a través de la geografía de los Estados Unidos, es, al tiempo que una creación altamente artística (por diversas razones), una crítica acerada a Norteamérica y a lo desechable de su cultura.

Calificada, al momento de su aparición, de ser una obra pornográfica, Lolita ha permeado fuertemente la cultura occidental y hasta en el lejano Japón constituye un fenómeno que no puede ser desdeñado. Pese a las absurdas acusaciones de obscenidad que la llevaron a ser prohibida en varios países, es una novela elegante cuyo único defecto es estar llena de alusiones intelectuales y de referencias doctas (que en modo alguno entorpecen la lectura; pero que yo no puedo menos que juzgar como un defecto; aunque habrá quien no esté de acuerdo conmigo). Una de las interpretaciones que no se le ha dado es la de contar la tragedia de un individuo mediocre que gracias a una inusual pasión y a un crimen logra concebir una obra maestra: la propia novela (ya que ésta pretende ser la confesión, desde la cárcel, del protagonista: un asesino que está esperando condena: un viudo de raza blanca como se describe él mismo); efebofilia, incesto y muerte son sus ejes rectores... Al igual que El principito, se encuentra catalogada entre las obras más notables de la pasada centuria.

... A propósito de su protagonista, Vladimir Nabokov declaró haberse inspirado en Lewis Carroll, de quien dijo le hubiera encantado filmar los picnics que hacía en compañía de sus amigas niñas (si bien, cabría anotar que Lolita representa a una adolescente en pleno despertar sexual y las amiguitas del clérigo eran mocosuelas, preferentemente, menores de diez años).


Lolita, editada por Penguin Books


... Vayamos con GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER... Recientemente, tuve oportunidad de recordar unos versos de su puño que me gustan mucho: Los suspiros son aire y van al aire. / Las lágrimas son agua y van al mar. / Dime, mujer, cuando el amor se olvida, / ¿sabes tú a donde va?... (Aparecen en Rimas y Leyendas, un libro que no puedo dejar fuera de esta cuenta.)

Calificado por algunos como cursi, Bécquer es un renovador de la lírica castellana. Si yo le concediera, por un momento, a sus críticos que, efectivamente, es cursi; tendría que asentar, entonces, que existen poetas cursis buenos y poetas cursis malos; Bécquer es un gran poeta cursi.

Su estampa romántica, airosamente apuesta (según lo captara su hermano Valeriano), juega mucho en beneficio suyo; personifica, en muchos de sus rasgos, la imagen ideal de un cantor. Con su melena despeinada, su mirada inquisitiva, su tez pálida, el bigotillo rematado en punta y la perilla cuidadosamente recortada, con todo lo anterior, sumado a la pose que adopta en el cuadro, evoca a los modelos palaciegos de Van Eyck, pintor  de nobles y reyes... Aunque Bécquer, desde luego, es mucho más que eso, es mucho más que una figura gallarda: verdaderamente, transformó el lenguaje (contaminado de retórica neoclasicista de la época anterior a la suya) e introdujo en su obra una aparente sencillez y una gracia delicada que debe mucho (en mi opinión) a la poesía morisca-andalusí (pese al criterio de quienes pretenden relacionarlo con Byron o con los románticos alemanes, a quienes —sin duda—admiraba; su apellido —elegido por él mismo, imitando a su padre— tomado de sus ascendientes no tan cercanos evidencia, para algunos estudiosos, su deseo de vincularse al universo cultural germánico;  bien que, he de señalar que sus antepasados que portaron el patronímico, antes de instalarse en Sevilla allá por el  s. XVI, eran flamencos).                           .


Gustavo Adolfo Bécquer, pintado por su hermano Valeriano

... Como cuanto pueda yo enunciar, en relación a su labor, debe ser por fuerza algo de escasa monta, mejor pongo aquí una de sus Rimas más conocidas:


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.


Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


... Por hoy, hemos concluido.

Continuará...
  
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*Ver la publicación correspondiente al 14 de diciembre del año pasado.


martes, 14 de febrero de 2012

La pluma: Cuentos breves


Un crimen... y una boda


ONUR era el comerciante más rico del barrio; era, también, el más joven. Tenía un conjunto de negocios —herencia de su padre, que había muerto hacía unos pocos años— situados en el interior del Gran Bazar de Estambul; se especializaba en tejidos y perfumes. Su casa —legado de su padre, lo mismo que sus negocios— era una de las más suntuosas. Quedaba justo a un lado de la casa del cadí.

El cadí tenía una hija: Umay, fruto de su quinto y último matrimonio; era la más pequeña; sus otras hijas estaban ya casadas; no había tenido ningún varón. Vivía en santa paz en compañía de sus esposas y de su hija.

La pequeña Umay, con tan solo cinco años, solía saltar la tapia del jardín, que separaba su casa de la del vecino, y Onur le regalaba golosinas; de vuelta en su hogar, las mujeres solían reprenderla, mas la niña persistía en sus travesuras. El cadí, aunque se hacía eco de las reprimendas femeninas, en el fondo la miraba con indulgencia: tenía gran confianza y cercanía con Onur y le profesaba un sincero afecto. Había guardado amistad con su padre y, ahora, se la dispensaba al muchacho. A pesar de ser el uno casi un anciano, frecuentemente se juntaban para charlar y tomar un café o un té, o fumar una pipa...

Onur era un joven apuesto; tenía, además, excelentes modales; pero, sobre todo, era recto y piadoso: eso agradaba al cadí. Su madre había muerto siendo muy niño; y su padre —quien le procurara la mejor educación a su alcance (y a sus intereses)— lo había puesto desde temprana edad a trabajar en sus negocios; había tenido, pues, que madurar muy pronto. Era un muchacho diligente y honrado...

Por todos esos motivos, era que las frecuentes escapadas de Umay, a casa del comerciante, solo recibían, de parte del cadí, una fingida reprimenda.

A decir verdad, el anciano esperaba que llegado el momento —faltaban todavía algunos años—, Onur le pediría la mano de la pequeña Umay en matrimonio: estaría encantado de dejar a su hija bajo tan buen resguardo...

En una ocasión, sin embargo, supo, que Onur contraería nupcias con una joven búlgara (musulmana como no podía ser de otra manera)... Onur tenía, por entonces, veintisiete o veintiocho años y su mujer, apenas algo menor, era una auténtica belleza...

«Cúmplase la voluntad de Alá», dijo el cadí.


Transcurrieron siete años... Onur se había casado muy enamorado de su esposa. Ella, en cambio, no parecía tenerle demasiado apego. El matrimonio carecía de hijos. La pequeña Umay había, progresivamente, dejado de saltar la tapia del jardín...

Cierto día, en que Onur vagaba por el Bazar, deteniéndose, aquí y allá, en saludar a sus amigos y conocidos, lo detuvo un marchito viejo, desdentado y frágil, que con gran agitación y viveza le indicó que deseaba venderle algo. Sacó un envoltorio de sus ropas mugrientas y, desanudándolo prestamente, le mostró a Onur un estilete: era una almarada de fabricación siria.

La hoja, de buen acero, era triangular y medía, exactamente, treinta centímetros; el canto estaba decorado con incisiones hasta la mitad y la empuñadura, de tipo hexagonal —ligeramente curva, para permitir un más cómodo agarre, y más ancha en la base—, era de ébano y estaba, intrincadamente, damasquinada en plata; el pomo lucía contera del mismo metal y remataba en una cuenta de marfil que llevaba engastada en el centro; finalmente, entre la empuñadura y la hoja, lucía un pequeño pivote que remataba, a su vez, en un botón de marfil (ideal para apoyar el pulgar y también para ayudar a que el arma no se deslizase del cinto). Se trataba, indudablemente, de un soberbio trabajo de artesanía y era, al mismo tiempo, un objeto de cuidado... La hoja, carente de filo, únicamente podía herir de punta, mas era capaz de desangrar, rápidamente, a un desgraciado...

Tras regatear, como era costumbre, Onur compró la almarada; no, ciertamente, porque pensase destinarla a algún uso particular; sino porque tenía un gran aprecio por los objetos hermosos...

Satisfecho con su compra, salió del bazar para respirar un poco de aire fresco, y guardándose el arma en la faja, luego de haberla admirado de nuevo, marchó a pasear en dirección al Cuerno de Oro...      

Mientras andaba, una mujer jorobada con la nariz prominente, y un antojo peludo en la cara surcada de arrugas, se le acercó para ofrecerle un cartucho de semillas: se lo tendió con garras de arpía y, al reconocerlo, lo miró con menosprecio... Onur le compró, distraídamente, un paquete y prosiguió su marcha comiendo pepitas con despreocupación e indolencia. La noche pasada, había tenido una horrible pesadilla que lo había hecho despertar asustado y empapado en sudor (si bien, afortunadamente, nada recordaba ya); en días anteriores, había presenciado en la calle un incidente desagradable que lo impresionara vivamente: un palomo de soberbio plumaje blanco se había colocado confiadamente bajo la rueda de un tranvía; éste había arrancado y había  pasado por encima del ave haciéndola estallar como  si  fuera un globo: se había escuchado un horrible sonido; un diminuto y sangrante corazón rojo había aterrizado en la acera aún palpitante... Con ello había soñado...

Al cabo de un rato, se detuvo en la tienda de un joyero judío —un tipo untuoso y encorvado (con una luciente calva)— para admirar unos pendientes: hacía apenas una media hora, se había dado un gusto comprando la almarada al viejo, y ahora deseaba, igualmente, llevarle una sorpresa a su esposa. Quería comprarle un regalo, más por el placer de obsequiarle algo (para demostrarle que siempre estaba pensando en ella) que por el de sorprenderla con un objeto costoso. No obstante, el judío que le vendió los pendientes —de plata afiligranada, ornados con amatistas—, encareciéndole lo muy contenta que se sentiría su mujer con una elección tan de buen gusto, no se los cobró baratos... Onur pagó los pendientes —esta vez sin regatear— y abandonó el negocio... Pensó en tomarse la mañana libre. Llamó a un niño que jugaba en compañía de otros niños, persiguiendo a las numerosas palomas que había en la calle, y le dio una moneda, junto con instrucciones muy precisas, a cambio de que fuera al Bazar, a avisar al jefe de sus empleados que no volvería. Hecho eso, se dirigió a su domicilio.

Caminaba alegremente; pensaba en lo mucho que quería a su esposa y en lo mucho que anhelaba, todavía, hacerla feliz. Pensaba que, acaso, la frialdad e indiferencia (que nunca llegaba a la abierta grosería) que ella le manifestaba casi a diario últimamente, se debía al hecho de no haber conseguido dar a luz a un hijo. Aunque razonaba, casi en el acto, que ella se había mostrado así desde un principio y nunca había parecido ansiosa de tener una criatura. Un médico, por otro lado, la había declarado estéril; solo el gran amor que le tenía a su mujer le había impedido tomar una segunda esposa como era su derecho; pensaba, naturalmente, en que tendría que reconsiderar, tarde o temprano, eso.

En todo lo anterior reflexionaba cuando, por fin, llegó a su vivienda; atravesó la hermosa puerta de la entrada y pisó el tapizado vestíbulo; subió unas escaleras realzadas por una airosa baranda de madera y, desplazándose por el brillante, taraceado y perfumado pasillo —olía a almizcle y a rosas y a un perfume acre que no supo distinguir—, se dirigió a su alcoba; abrió las puertas de madera tallada y cuál no sería su sorpresa al ver a su mujer en los fornidos brazos de un negro: Ihan, un vendedor de granos de café...

El negro, al verse descubierto, reaccionó audazmente: tomó las ropas de cama y, brincando como una pantera, las echó encima de Onur; propinándole, inmediatamente, un violento empellón que lo hizo caer tambaleante, fuera de la recamara, con el rostro cubierto. Después, vistió a toda prisa unos pantalones y dirigiéndose al otro extremo de la habitación, intentó escapar por una de las ventanas que daban al enorme jardín situado en la parte trasera de la casa. La mujer de Onur, en tanto, se replegaba como una gata e intentaba taparse con lo que tenía más a mano.




El negro apoyó el pie en un techado que sobresalía bajo las ventanas y, en su precipitación, trastabilló cayendo de lado sobre el mismo, para, de ahí, deslizarle hacia abajo y caer estrepitosamente al suelo; golpeándose esta vez, fuertemente, la cabeza con una maceta y desnucándose enseguida.

Onur, tras desembarazarse de las ropas que cubrían su cara y su cuerpo, penetró de nueva cuenta en la habitación; tomó una pistola de una gaveta y corrió a la ventana, al tiempo que daba voces llamando a los criados... Como ninguno apareciera y no creyera ver rastro alguno del sujeto, salió de la recámara a toda prisa y se dirigió al jardín, en volandas, profiriendo maldiciones. Para encontrarse, súbitamente, con la pesada humanidad del negro, de espaldas sobre el pavimento, muerto ya —la cabeza lanosa en medio de un charco de sangre—, con los ojos vidriosos apuntando estúpidamente hacia el cielo. Pateó el suelo con rabia y se percató, aún en medio de su coraje, de cuán endiabladamente feo había sido el amante de su mujer: tan semejante a un simio... Luego, entró de nuevo a su morada y subió a su alcoba: su mujer había conseguido vestirse.

... Con su cutis claro y mate, sus rizos rubios, sus pómulos teñidos por un suave rubor, sus facciones delineadas y su expresión naturalmente severa, su mujer hubiera podido pasar por una virgen doliente... Onur la abofeteó con tanta rudeza que la tendió sobre la cama de la cual se había incorporado; le desgarró las ropas de un vehemente tirón y la aprehendió del cuello, manteniéndola en el lecho; ella, en vano, trató de defenderse. No podía decir nada, pero intentaba despegarse el brazo —de venas rotundamente hinchadas bajo la manga— que tan firmemente la atenazaba... Onur sacó el estilete que llevaba en la faja y sin dejar de sujetar el cuello de su esposa con la mano siniestra, le hundió con gran fuerza la almarada en el vientre: lo hizo con tanto ímpetu que la clavó en el colchón como a una mariposa en el corcho con un alfiler... Él se lastimó el pulgar...

Muerta ya su esposa, abandonó la habitación justo cuando un criado, tocado con un fez, dando gritos, subía a buscarlo para comunicarle que había hallado, en el jardín, el cadáver de un africano...

Onur se entregó a la justicia...

Estando detenido, su amigo el cadí fue a visitarlo.

—Onur, hiciste lo correcto —le dijo el anciano.

—Lo sé —respondió el interpelado—, sé que hice lo correcto.

—No tardarán en soltarte Onur actuaste como un hombre, de eso me encargo yo —remató el cadí—: no en balde he gozado, siempre, de gran prestigio en el distrito...

Efectivamente, no era posible retenerlo demasiado tiempo. Por pura fórmula, se abrió un proceso judicial y se concluyó, velozmente, que cualquier otro, en su lugar, hubiera hecho lo mismo. Ni siquiera tuvieron un especial peso las declaraciones del cadí en su favor (quien como se ha dicho tenía un gran prestigio en todo el distrito). Onur fue dejado en libertad a los pocos días; sus amistades lo recibieron como un héroe. Ya en libertad, el cadí le dijo que tenía un importante asunto que proponerle... Él aceptó la propuesta.

Así, de esta manera, fue que poco después de esos trágicos acontecimientos, se vio la celebración de los esponsales de Onur con la hija de su anciano amigo. Se casaron una mañana durante el Festival de Primavera.

El día de los esponsales, el viejo no cabía en sí de gozo... Onur también estaba contento: recordaba a la pequeña Umay cuando venía a visitarlo en su jardín y él le obsequiaba golosinas (y le contaba, quizás, alguna historia)... Su joven y linda novia sonreía tímidamente; sus ojos dulces brillaban con infinito candor e inocencia…

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Imagenes intervenidas digitalmente por el autor de este blog. Tomadas de la red.


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